España pasó en apenas quince años de la total inexperiencia en materia de inmigración a convertirse en uno de los países de todo el mundo con mayor proporción de población de extranjeros (pese a la caída, representa el 12,2% de la población total, igual que el año pasado). En los años del milagro español, esa década larga en que la economía española crecía de forma permanente en el entorno del 3% y por encima de sus vecinos de la UE, el país se convirtió en destino deseado de la inmigración.
Entonces el volumen de población extranjera crecía de forma sostenida y registraba incrementos anuales verdaderamente disparatados: un 48% en 2001, un 44% en 2002, un 35% en 2003, otro 17% en 2004, un 25% en 2005... [Ver gráfico]. Con las vacas gordas el volumen de inmigrantes pasó de apenas unos centenares de miles a mediados de la década de los noventa a superar los cinco millones de extranjeros hace apenas tres años.
El ‘efecto llamada’ fue el crecimiento de la economía española y un mercado laboral que parecía inagotable. Hoy que ese mismo mercado laboral se muestra agotado, las llegadas de inmigrantes frenan en seco e incluso parece evidente que empieza a haber salidas, ya sea a sus países de origen o a otros destinos europeos en que su economía ya da síntomas de recuperación. Ya hubo en 2009 un brusco frenazo de llegadas, cerrando el año con sólo un 1,8% más de extranjeros.
El descenso de extranjeros que refleja el padrón parece, motivado por el frenazo económico de los últimos años y la actual situación de punto muerto, parece dar verosimilitud a la tesis que vinculan bonanza económica y el empleo a inmigración, y restan importancia a otros argumentos esgrimidos como a la existencia en España de comunidades de otras nacionalidades, la lengua compartida o la cercanía geográfica a los países de origen.